La barrica, recipiente
excepcional, permite a los grandes vinos expresar su riqueza, suavidad,
redondez y finura. Esta alquimia reposa sobre todo en la calidad inicial del
vino, que debe ser alta. La selección de la madera, además de aportar las
características aromáticas (madera, especia, floral, empirreumática), permite
suavizar los taninos y estabilizar el color mediante la oxidación que provoca.
En la actualidad, particularmente por razones económicas, sólo entre el 20 y el
25% de los vinos reconocidos como denominación de origen controlada (alrededor de
los 4,8 millones de hL sobre los 59,6 millones de hL de vino producidos en
Francia en 1996, son envejecidos en barrica (figura 1).
Transcurridos de dos a tres años, y desde la óptica de la reducción de
costes, se lanzan al mercado vinos «con gusto a madera» en los que se han usado
otras técnicas que las empleadas en el envejecimiento en barricas. Éstas surgen
en países vinícolas que no tienen tradición enológica, como Estados Unidos,
Chile, Australia y Argentina, entre otros, ni controles reglamentarios,
contrariamente a lo que sucede en la Comunidad Europea, y concretamente en
Francia.
A la vista de esta situación, ha sido necesario medir la incidencia de
la utilización de virutas de roble
sobre la calidad de los vinos.
Importancia de las virutas
de roble sobre la composición de los vinos
Al igual que en la crianza tradicional en madera, la adición de
virutas de roble ejerce una doble función: como efecto estructurado y como
efecto de sabor a madera.
Efecto
estructurado
Consiste en favorecer las reacciones o combinaciones de taninos y
antocianos mediante el puente de etanal. Estas combinaciones se convierten en
indispensables para asegurar la estabilidad del color de los vinos previniendo
la precipitación de antocianos.
Efecto
de sabor a madera
Tanto si es en madera o por la adición de virutas de roble, los
principales indicadores olfativos del contacto entre roble y vino son las
whiskylactonas (cis- y trans-). Estas moléculas confieren
aromas de madera fresca, nuez, coco. El roble blanco americano (Quercus albans) es un buen suministrador. Estos compuestos están
naturalmente presentes en la madera en bruto.
Como ocurre con el calentamiento en la fabricación de barricas, el
tratamiento térmico de las virutas permite la síntesis de un cierto número de
moléculas más o menos importantes. Su aparición varía según la temperatura de
tratamiento de quemado. Así, según el nivel de calentamiento, la vainillina
puede aparecer a altas temperaturas, pero también los furanos, responsables de
los aromas acres, de petróleo con gustos desagradables. Por otro lado, la
adición de virutas también permite aportar azúcares al vino (figura 2).
Algunos resultados de
ensayos
Algunas viñas francesas han realizado un trabajo experimental para
medir la incidencia de preparados, a base de virutas de roble en forma de granulados,
sobre la composición de los vinos. Aquí se muestra uno de esos trabajos. Este
ensayo se ha realizado sobre un vino tinto resultado de un copaje de 50% de
cabernet sauvignon y 50% de merlot, y se lleva a cabo de siete maneras
diferentes:
• muestra en depósito inoxidable.
• granulados no tostados añadidos a las dosis de 1; 2 y 3 g/L.
• granulados tostados añadidos a las dosis de 1; 2 y 3 g/L.
Los granulados se añaden al vino biológicamente estable (después de la
fermentación maloláctica) y centrifugado (eliminación de poso). La tasa de SO2
se mantiene a 25-28 mg/L de SO2 libre. El embotellamiento se realiza
11 meses después (abril de 1996).
Durante la crianza, se llevan a cabo dos catas después de los 3 y los
11 meses (figuras 3 a 7).
Cata a los tres
meses de crianza
El jurado está formado por 14 técnicos, entre viticultores, enólogos e
investigadores. En la ficha de degustación se deben anotar 19 criterios y una
nota global. Al conjunto de parámetros se aplican un análisis de la varianza y
un test de Newman-Keuls. Los resultados denotan diferencias significativas
entre los vinos (nota global y ciertos criterios):
• Se resalta de manera muy clara que los lotes adicionados de
granulados no tostados son rehusados; aparecen «sucios», «con hongos».
• El tratamiento con granulados tostados parece que resulta mejor, y
más aún si la cantidad de producto utilizado es grande. Sea como sea, el efecto
que produce sobre el vino tinto es muy discreto.
Cata a los 11
meses de crianza
El jurado está formado por 12 degustadores y algunos de los resultados
son los siguientes:
• La utilización de las dosis más elevadas (3 g/L), y particularmente
la calidad de tostado, otorga a los vinos nayor intensidad aromática.
• La calidad del quemado da a los vinos diferentes tipos de vainilla,
coco y torrefacto.
• El criterio «calidad aromática global» parece significativamente
mejor por la calidad de tostado, incluso si es mediana.
• El criterio «estructura» se ve afectado por la adición de estos
productos, pero el beneficio no es estadísticamente significativo en relación
con la muestra.
• El criterio «nota global» muestra una media de la calidad del
conjunto de vinos. Las notas son más elevadas para lotes de 1 a 3 g/L de la
calidad tostada, pero la diferencia respecto a la muestra no es significativa
(pertenece al mismo grupo estadístico).
• Realmente no se aprecia mejora en términos de calidad en relación
con la muestra.
• Los vinos tratados a menudo presentan notas de tapón, humedad y
hongos.
A modo de comparación, el mismo vino criado en barrica nueva ha sido
juzgado como significativamente superior por la casi totalidad de los criterios
y por la nota global. Por tanto, hay que relativizar una apariencia de gusto de
madera por los sustitutos.
Tras 11 meses de crianza, la utilización de los granulados en las
condiciones del experimento no han tenido un efecto positivo significativo; los
vinos analizados presentan muy pocas diferencias con el vino muestra. No existe
miejora y apenas se observan desviaciones.
Conclusiones
En las condiciones que se ha realizado este estudio, añadir granulados
al vino aporta un carácter organoléptico que puede recobrar sabor a madera. La
gran dosis del preparado tostado parece aportar los matices más secretos, pero
nunca positivos. Los calificativos atribuidos son diferentes de los que
hallamos en el caso de un envejecimiento tradicional en madera. Los dominantes matices
artificiales, farmacéuticos, que recuerden a pomada, se notan en los vinos de
ensayo y se acompañan de una impresión de sequedad en boca. Por otra parte,
parece que este carácter de sabor a madera se suaviza rápidamente con el tiempo
de crianza, dejando un gusto amargante en boca.
El carácter aportado cuando se añade el granulado de madera es muy
discreto y sin efectos significativos. Prácticamente no consigue mejora alguna
en los vinos ensayados, e incluso estas características sufren una desviación.
Quizá sería más interesante utilizar virutas de madera de calidad tipo «doga»,
en lugar de granulados de los cuales no se conoce ni la composición exacta ni
el modo de fabricación.
Estos ensayos han mostrado que las virutas sueltan sus compuestos en
un par o tres de meses, pero que, a continuación, hay que esperar unos cuantos
meses para establecer los diferentes equilibrios del vino. Globalmente, pues,
no se gana tiempo para rentabilizar la crianza en madera.
Con el fin de contribuir a la estabilización del color, es interesante
combinar esta técnica con la de microoxigenación para favorecer la aparición
del puente de etanal, en la unión de taninos y antocianos. Como en la crianza
en barricas, no todos los vinos son aptos para poder aceptar las virutas. Los
vinos deben estar perfectamente equilibrados, ya que, en caso contrario, el
resultado puede llegar a ser desastroso.
Los resultados técnicos, todavía muy desligados, y el respeto por la
imagen del vino demandan mucha prudencia, a pesar de la desviación del precio
existente entre la crianza con sustitutos de madera de duela y la tradicional
crianza en madera.
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