Jane Goodall, recientemente fallecida, fue una científica formidable. Observadora de la vida salvaje durante décadas, dignificó a los chimpancés que estudiaba asignándoles nombres e interpretando su “comportamiento humano” en comparación con nuestro “comportamiento primate”.

Goodall apreciaba las bebidas destiladas de las que destacaba el ritual social que conlleva su consumo, y su valor terapéutico:

“Bebo un whisky todas las noches. Es un ritual. Mi madre y yo solíamos tomar una copita juntas en casa. Como viajaba más, brindábamos cada una a las 7 de la tarde. Era una forma de sentirnos conectadas. Ahora brindo por ella todas las noches. Claro, es con fines medicinales.”

Aunque no sabemos si Goodall identificó en los chimpancés que estudió conductas similares a la suya, recientemente un equipo de científicos de la Universidad de California en Berkeley, observadores incansables como ella de chimpancés, han podido documentar que algunos grupos de esos primates (en diversos territorios africanos) buscan frutas fermentadas y que, por tanto, contienen alcohol, consumiendo cantidades que equivalen a unas dos copas nocturnas de Goodall. Los autores de ese artículo reciente (y los de un artículo anterior) apuntan que esa conducta de los chimpancés ejercida de forma compartida, a la hora de identificar posibles ventajas competitivas tiene un determinado efecto en su comportamiento, ya que con frecuencia, tras la ingesta se dirigen a explorar los límites de su territorio, un ejercicio que requiere compenetración del grupo, atención mental y rapidez, porque como la propia Goodall documentó, es una actividad de riesgo por los posibles enfrentamientos con grupos rivales, que pueden incluso costar la vida a algunos de los individuos. Esta es una posible interpretación de esta conducta que va más allá de la desafortunadamente denominada “hipótesis del mono borracho” en la que el etanol juega un papel de marcador olfativo de fruta madura y facilita su encuentro en la selva. En cualquier caso, no hay borrachera. Los científicos autores de los artículos citados han constatado que los chimpancés consumidores de fruta fermentada no se emborrachan.

Es probable que nunca sepamos cuándo, en los últimos 4 millones de años, los chimpancés adquirieron el hábito de consumir alcohol y si fue antes o después de que otro primate, Homo sapiens, hiciera el mismo hallazgo hace al menos unos 13 000 años y perfeccionara el ritual hasta lo sublime a través de la elaboración y consumo de uvas fermentadas, es decir, de vino.

Desde esta nueva perspectiva, a la hora de encontrar significado social y evolutivo a la “embriaguez controlada” de los humanos, Tom Wark, que ha acuñado y definido el término solicita que “demos a la embriaguez el respeto que se merece [como una] puerta a la conexión, la creatividad y la reflexión”, definiendo dicho estado como:

“Una interacción consciente y deliberada con estados alterados de conciencia, donde el placer, la conexión y la reflexión se intensifican sin sacrificar la autonomía, la dignidad ni el discernimiento.”

El ritual de los chimpancés, y de Jane Goodall, realizado a “pequeños sorbos” y en compañía cobra en ese nuevo contexto de datos un sentido evolutivo que, sin duda, la ciencia deberá desentrañar.