A medida que se ha ido extendiendo la fermentación o la crianza de los vinos en madera nueva, ha crecido el interés, tanto por lo que respecta a los muchos aspectos técnicos y de investigación alrededor del roble, como también a su impacto económico. En un mundo en el que la tradición tiene una importancia considerable, nos encontramos actualmente frente a algunas consideraciones que podrían resultar contradictorias, si no intentamos llevar a cabo un análisis más detallado.

En primer lugar, la cantidad de barricas de roble nuevas producidas en los últimos años ha aumentado de forma notable; por otro lado, existe una cierta polémica por la introducción de técnicas no tradicionales de crianza en roble y la consiguiente queja de los países tradicionales en el área vitivinícola. Pero los hechos no son tan claros si se analizan las cifras de compra de barricas nuevas por parte de estos países, como Australia o Estados Unidos, siendo este último el que tiene un índice de crecimiento más elevado en la compra de barrica nueva.

Todo ello no se puede entender sin analizar las tendencias enológicas de los vinos actuales, en las que la palabra roble se está equiparando a calidad, y a base de tanto insistir (como hacen ciertos gurús internacionales de los medios de comunicación que se dedican a clasificar los vinos), el producto prototipo acaba siendo moda, con toda la inercia que pueda existir a la hora de modificarla.

El hecho es bastante significativo, cuando en Estados Unidos resulta difícil vender los vinos de las variedades más internacionales sin una pincelada o, en la mayoría de los casos, una saturación de roble; traducido a Europa, quiere decir un cambio significativo en el concepto de crianza en barrica, donde hasta hace poco muchas de las bodegas de las más prestigiosas regiones vitivinícolas de la península Ibérica se vanagloriaban de tener voluminosos parques de barricas viejas para crianza, y para las que lo importante era el número de barricas embaladas. Es evidente que las nuevas tendencias, por lo menos en lo relativo al mercado de la exportación, han supuesto un cambio gradual hacia más roble nuevo. No es, pues, de extrañar la imaginación de nuevas prácticas en la utilización del roble en el vino, cuando supone una fracción de importancia creciente en la valoración económica del precio final de una botella de vino. Pero desde el punto de vista técnico quedan varias preguntas a plantearse, como qué relación hay entre el roble y la calidad de un vino, quién define la calidad de los vinos, qué influencia tiene el envejecimiento en los aspectos cromáticos y cuál es la aportación real del roble al vino.

El dossier que ACE Revista de Enología dedica al envejecimiento del vino en madera puede dar respuestas parciales a algunas de estas cuestiones, no sin antes mencionar que una barrica, transcurridos aproximadamente cuatro o cinco años, cede muy pocos compuestos aromáticos al vino y sí, en cambio, incrementa el riesgo de contaminaciones microbiológicas.

Dossier: Métodos y tendencias de la crianza en madera