El calificativo de «natural» no es patrimonio del mundo del vino. No hay más que pasearse por los lineales de cualquier centro comercial para encontrar «natural» como prefijo o sufijo, abreviado o en extenso, en una gran variedad de etiquetas de productos en las secciones de comestibles, cosméticos, parafarmacia, limpieza, textiles y un largo etcétera.

En un centro comercial, una antítesis viviente de la frondosidad exuberante de la naturaleza, encontraremos vinos etiquetados (discretamente) como «naturales». Vinos que han sido elaborados, de principio a fin, por la mano, la técnica y la intervención humana (mínima), mediante el uso de sofisticadas elaboraciones culturales humanas, desde ánforas a lagares, pasando por botellas y… evidentemente, etiquetas. La madre naturaleza nunca ha mecido la cuna del vino. Nunca ha sido su hogar, ni su envase. Pero a los humanos nos gusta evocar los viejos tiempos que nunca existieron.

Si intentamos una definición, encontraremos cierto consenso en que «natural» se aplica a aquello que pretende no ser «artificial», incluso de forma más radical, de no ser «antinatural», un término con profundas raíces morales. Y con esa atribución moral se pretende dictar sentencia desde cada etiqueta. Como toda definición por exclusión, resulta vaga, inconcreta y errática en la medida que su referente, la supuesta artificialidad, evoluciona constantemente. Y en el siglo XXI lo hace de forma vertiginosa.

El éxito de una denominación tan poco precisa radica, seguramente, en su poder evocador de un idílico pasado en el que supuestamente no éramos presas de la tensión y el desánimo.1 Y en su potencial redentor: consumir «natural» aleja remordimientos por seguir consumiendo sin freno, como demuestran recientes análisis de mercado realizados a tal efecto. Porque los consumidores de «lo natural» no abrazan la sobriedad consumista, precisamente.2 No hay mayor interés, por tanto, en consensuar una definición, como no la hay en revisar nuestro insostenible modelo de consumo.

Con estas premisas resulta una tarea imposible tipificar un perfil sensorial y una composición analítica de los vinos «naturales», que nos permitan compararlos con el resto de la producción enológica, dificultando, por tanto, evaluar su comprensión sensorial y su riesgo sanitario. Aunque lo intentaremos en próximos artículos.

«Lo natural» no nos rescatará del mundo que hemos creado. El vino natural, tampoco.3 Pero en la medida que priorizamos un relato moral para escoger el vino y renunciamos a la curiosidad, nos alejamos de nuestra esencia. Y eso no es redención, es rendición.
Que nada tiene que ver con el vino.

 

Notas

1. El mito de lo natural: https://areomagazine.com/2019/08/05/the-myth-of-the-natural/
2. Materialismo «verde»: https://www.emerald.com/insight/content/doi/10.1108/YC-10-2018-0867/full/html
3. El vino y el mito de lo natural: https://fermentationwineblog.com/2019/08/wine-and-the-myth-of-natural/