La digitalización no es una opción individual y voluntaria. Es una necesidad de obligado cumplimiento para todos los sectores económicos y sociales. Especialmente los productivos. Tampoco es una acción que encomendar íntegramente a terceros. Es un proceso de transformación del propio capital humano y del sistema de producción existente, que abre enormes perspectivas a la vez que cierra métodos que se han mantenido profundamente arraigados en la producción y que con frecuencia han sido exitosos.

Pero las necesidades y las prioridades de la sociedad han dado un vuelco de forma irreversible hacia una dirección no imaginada hace apenas una década. Y no solo por la pandemia.

Las tensiones que crea el proceso de digitalización son transformadoras y no es exagerado decir que generan un cambio de identidad, e incluso de objetivos en organizaciones y empresas. Por esa razón si el proceso no va acompañado de una digitalización del propio entorno, pueden acabar con la organización extenuada y sin un adecuado posicionamiento que garantice su competitividad. En el panorama actual empiezan a abundar ejemplos de entidades que se han digitalizado (inadecuadamente) hasta perecer.

«En Acenología abrimos un espacio dedicado a la digitalización, con voluntad de focalizar la transformación de la enología.»

Las iniciativas de digitalización del sector productivo vitivinícola son muy incipientes, las del proveedor y servicios, algo más avanzadas. El entorno, constituido por instituciones (sectoriales, nacionales e internacionales) debería incrementar su apuesta por la digitalización para que el sector, en su globalidad, pueda posicionarse con ventaja de cara al futuro que es inminente.

Con ánimo de contribuir a la evolución, en Acenología abrimos un espacio dedicado a la digitalización, con voluntad de focalizar la transformación de la enología. Un nuevo espacio cuya publicación comportará cambios digitales en la propia publicación.