El clima tropical impide la presencia de la vid en gran parte de Sudamérica, aunque los fríos altiplanos permiten en ocasiones solucionar el problema del exceso de humedad. El mapa de la figura 1 muestra zonas vitícolas escasas y países que quedan excluidos del grupo de principales productores, como Paraguay o Colombia, en los que la aparición de la vid es reciente, e incluso muchos lugares en los que no se cultiva.

Los dos productores de vino más importantes de Sudamérica son Argentina (que se disputa con Estados Unidos el cuarto lugar en el mundo) y Chile. Salvo en Uruguay, que ya ha recibido el apelativo de «pequeño gigante americano» en materia de vinos, y Brasil, con sus ocho millones y medio de kilómetros cuadrados y una enorme variedad de climas, la producción de vino en el resto de países sudamericanos muestra unas cifras reducidas si se comparan con otros países del mundo con superficie equivalente.

Un nuevo mundo donde plantar

En los siglos XVI y XVII el vino se consideraba un elemento indispensable en la alimentación. Para los españoles y portugueses que llegaban al nuevo continente el vino era imprescindible, de modo que lo llevaban en sus expediciones, a pesar del riesgo de que un viaje largo y unas condiciones adversas estropearan el preciado contenido de los centenares de barricas que tapizaban las bodegas de las naves. Era, por tanto, una necesidad vital llevar el cultivo de la vid a las nuevas tierras colonizadas, asegurando así una provisión de vino para sus usos sociales y, más importante, religiosos. No era extraño ver desembarcar frailes acompañados de sarmientos que, al llegar a su destino, plantaban en las misiones que fundaban y desde las cuales imponían religión y costumbres. La vid vinífera, cuyo fruto era indispensable en la consagración, halló un territorio nuevo, de enorme riqueza climática en el que ya vivía una especie próxima en estado silvestre, para desarrollar con pleno potencial su papel en la nueva sociedad. Ciertamente, los frailes comprobaron pronto que con la buena calidad del suelo y el excelente clima de aquella región las viñas prosperaban de forma más que satisfactoria. Animados por sus éxitos, los frailes experimentaron con la cepa silvestre americana y consiguieron crear vides híbridas que producían buen vino. Se extendió así el cultivo de la vid por tierras americanas a partir de tres núcleos: México, Perú y Brasil, este último con la decisiva intervención portuguesa. En Argentina y Chile la vid se aclimató totalmente. En el polo opuesto, Colombia o Venezuela no han visto la expansión de este cultivo hasta principios del siglo XX.

ARGENTINA

Mendoza, capital del vino argentino, disfruta de un clima de gran amplitud térmica y una media anual de unos 15° C. Largos veranos y suelos arenosos permiten un buen desarrollo de las vides, siendo la variedad más abundante la torrontés, cepa blanca autóctona. Su aroma evoca las malvasías europeas, aunque pertenece a un vino típicamente argentino apreciado en todo el mundo. También se cultivan otras variedades blancas y tintas, entre ellas cabernet sauvignon, chardonnay y sauvignon blanc. Las principales regiones vitícolas son los valles calchaquíes, las ciudades de Chilecito y Nonogasta, el valle de Tulum, la zona alta del río Mendoza, el valle de Uco, el sur, este y norte mendocinos y los valles del río Negro.

Argentina elabora vino desde hace más de 400 años, cuando llegó con los españoles una vid que, con el correr de los años, dio origen a las variedades criollas presentes en muchos lugares de América. Mientras la filoxera destruía los viñedos en europeos, en Argentina crecían vides milenarias sobre portainjertos americanos, de mala calidad enológica pero resistentes a esta enfermedad.

La cordillera de los Andes, al oeste, la llanura del este, la pampa central y las tundras del sur configuran un país de grandes contrastes en el que se desarrollan excelentes zonas vitícolas. Hasta hace unos años el vino producido se destinaba a abastecer el mercado interior, pero la demanda empezó a decrecer y los productores dirigieron su mirada hacia el exterior, con gran éxito. El durísimo 2002 sacudió hasta sus cimientos la economía argentina, pero el país no dudó en suscribir la aceptación mutua de prácticas enológicas con los países integrantes del Grupo Mundial de Comercio del Vino (WWTG), liberando así de escollos el camino del vino criollo hacia Estados Unidos, uno de sus grandes destinos.

BOLIVIA

En este país se cultivan algunos de los viñedos más altos del mundo, a 1800 m de altitud. La vid llega a Bolivia en el siglo XVI, procedente del actual Perú, de cuyo virreinato formaba parte como Alto Perú. Durante siglos, su cultivo ha sufrido vicisitudes políticas, económicas y sociales, sustentándose en una estructura de viñedo familiar. A partir de los años sesenta del siglo pasado adquiere mayor impulso la elaboración de vinos y del destilado autóctono boliviano, el singani, gracias al esfuerzo de empresarios y agricultores de Tarija, en la región situada en el valle del Guadalquivir y conocida como la Andalucía boliviana. Estos emprendedores apostaron por la importación de tecnología y cepas, que lamentablemente trajeron enfermedades a las vides cultivadas. En el año 1982 el sector vitivinícola boliviano tocó fondo, pero en el año 1986, gracias a los esfuerzos del Gobierno y de otros organismos, se creó el Centro Vitivinícola de Tarija.

Con asesoría española, los enólogos bolivianos reconstruyeron el sector. Hoy en día, el valle central de Tarija es el principal productor de uva de Bolivia. La variedad más utilizada es la moscatel de Alejandría, que concentra casi el 80 % del cultivo de uva blanca. La tinta más abundante es la negra criolla. Consideran sus expertos que el potencial del sector vitivinícola en este país es sumamente interesante, ya que existe tierra apta para la expansión de los viñedos por lo menos hasta unas 8000 hectáreas.

BRASIL

Con el octavo mercado interior más importante del mundo, Brasil constituye sin duda alguna un buen lugar donde vender vino. Los más aventurados se han atrevido incluso a producirlo allí mismo, tarea nada fácil por cierto, ya que con un nivel de humedad tan alto la uva está sujeta a todo tipo de enfermedades.

La vitivinicultura fue introducida en Sao Paulo por los portugueses en 1532. Las vides españolas llegaron unos años después, de la mano de un jesuita y directamente a Rio Grande do Sul que, con sus verdes colinas onduladas, es una de las mejores zonas vitícolas del país (tal vez incluso demasiado húmeda para las vides). Pero ambas iniciativas tuvieron poco éxito. La historia de la vitivinicultura brasileña es, hasta el siglo pasado, una sucesión de tentativas fracasadas.

Se habla de tres etapas, todas en el siglo pasado. La primera, precursora, se inicia con la construcción de rutas de comunicación que permiten la expansión del vino. Surgen las primeras industrias, de tipo familiar, en ciudades que siguen siendo hoy día los principales centros de producción. A continuación, una fase expansiva, que se prolonga hasta 1970, amplía las áreas de viñedos y el interés del consumidor, y hace famosas algunas marcas. Finalmente, la actual fase comercial se caracteriza por la entrada de firmas internacionales que revolucionan el sector y lo lanzan al mercado mundial. Brasil se reconoce por unos vinos jóvenes y afrutados, con variedades blancas como chardonnay o gewürztraminer, y tintas como cabernet franc o merlot. Hoy, los blancos brasileños se consideran entre los mejores del mundo.

CHILE

Chile se ha convertido en uno de los países productores más interesantes. El secreto no sólo es la uva, grande y sabrosa, sino su calidad de país vitícola por excelencia, debido en parte a que se encuentra entre los mismos paralelos que las zonas vitícolas europeas tradicionales, pero con peculiaridades que lo mejoran.

Es un paraíso para la vid, por su geografía, su clima y su suelo, y porque no conoce la filoxera. La vid llegó a Chile, una vez más, de la mano de los religiosos que viajaban con moscatel traída de España.

Aislada del mundo, esta estrecha banda de más de 4000 kilómetros entre la cordillera de los Andes y el océano Pacífico, limitada al norte por desiertos y al sur por extensiones glaciales, con una altitud que varía del nivel del mar a los 6000 metros, disfruta de una diversidad de climas que la corriente de Humboldt no hace más que enriquecer.

Son tierras predestinadas a la vid, con estaciones bien diferenciadas y suelos que permiten un buen drenaje. Pocos lugares en el mundo aúnan los factores básicos que sostienen la calidad de un vino. Vitis vinifera halló en esta tierra unas condiciones únicas y ocupó rápidamente los mismos valles que se cultivan en la actualidad, verdaderos embudos por los que la niebla costera que originan las corrientes marinas frías penetra tierra adentro.

No sorprende que Chile se convirtiera rápidamente en la bodega del Nuevo Mundo. Sin embargo, el salto tecnológico lo llevó a cabo en el siglo XIX, con la llegada de enólogos europeos y de sarmientos de las variedades más selectas de la época (cabernet sauvignon y franc, pinot noir, merlot y semillon), que mejoraron sin trabas, libres de filoxera. Como contrapartida a sus condiciones óptimas, irrepetibles para la viticultura, la superficie destinada a ella no puede ser muy extensa. Las tierras aptas para viñedos rondan las 110 000 hectáreas distribuidas a lo largo de 1400 kilómetros, en una franja vitícola tan extremadamente larga que da lugar a varias regiones, la zona de Pisco, la de irrigación y la de tierras no irrigadas, con características marcadamente diferentes en función de su geografía, insolación y pluviosidad. Otras zonas de cultivo de la vid poseen menor extensión e importancia. Chile edificó su reputación sobre la cabernet sauvignon, pero son hoy día la merlot, la pinot noir y, sobre todo la carmenere (la merlot chilena) las que dan su sello al país.

COLOMBIA

Cuenta este país tropical con una joya vitícola inusual, una viña cultivada a 2600 m de altitud que, además, produce unos vinos calificados de excelentes. El cultivo de la vid se extendió tardíamente, ya entrado el siglo XX, a pesar de haber llegado también con la invasión europea de principios del XVI. Un clima poco favorable y las dificultades para mantener viñedos estables convirtieron Colombia en un país importador hasta la primera década del siglo pasado. Compraba vinos y licores, particularmente a España, y las clases más bajas seguían preparando su chicha. Actualmente, toda la producción nacional, de más de 20 millones de litros, se consume internamente, y además importa vinos chilenos y argentinos. No así europeos, ya que la entrada de productos de países no integrantes del ALADI (Asociación Latinoamericana de Integración) se prohibió en 1984.

La inestabilidad política, las guerras civiles y el narcotráfico impiden el desarrollo de la economía local. No obstante, se mantienen más o menos estables tres regiones productoras: el valle del río Cauca, Santa Marta (una segunda al norte del país) y Bocayá y Tolima, donde la isabella crece con cosmopolitas como la moscatel, pinot noir, Pedro Ximénez y riesling.

ECUADOR

Como en Bolivia, la historia del vino va ligada aquí a la de Perú. Su clima y suelos entorpecieron la introducción de la vid por los colonizadores, al menos en las tierras bajas. Cuando llegaron a las sierras interiores, la vid halló unas condiciones lo bastante adecuadas para establecerse en unos cultivos que, no obstante, no permanecieron mucho tiempo, ya que las relaciones de sumisión a Cuzco hicieron desaparecer los viñedos, con la excepción de unas pequeñas explotaciones familiares. A finales del siglo pasado se consolida el cultivo en el valle de Patate, provincia de Tungurahua, con pocas hectáreas de clima tropical y dos o tres cosechas anuales de variedades autóctonas (nacional blanca, nacional negra y moscatel), de producción meramente testimonial.

PARAGUAY

Las condiciones climáticas en Paraguay no son ideales para la producción de vino, y su calidad es sólo media. El inicio del cultivo de la vid en este país se remonta a 1541, a pesar de que la desaparición del sistema colonial, las guerras y los genocidios que han azotado el país causaron la casi total desaparición de este cultivo. Actualmente sólo persisten unas 2000 ha de vid, fundamentalmente en la región de Guairá, donde crecen exclusivamente variedades de vid americana y algún híbrido. Los paraguayos consumen bastante vino de mesa, siendo los más apreciados los de Chile y, en menor grado, de Argentina.

PERÚ

Perú cuenta con una larga tradición vinícola con fines religiosos. En la actualidad, el sector ocupa un lugar destacado en la economía del país, a pesar de ser tecnológicamente una industria poco desarrollada.

Su historia va ligada a la de otros países del virreinato. Es la historia de una difícil introducción de la vid en regiones poco propicias para su cultivo, si bien hasta la llegada de la filoxera se elaboraban vinos de tanta calidad que se exportaron a otros países de Sudamérica y Centroamérica, incluso a España.

No obstante, Perú es país de piscos, destilados aromáticos de mostos fermentados, cuyo origen puede deberse a la dificultad de transportar la producción del valle de Pisco hasta los mercados de Lima o Cuzco. Se elaboran piscos puros, aromáticos o acholados, según las variedades y sus mezclas, y piscos verdes, de una sola variedad y fermentación no completa. La omnipresente negra corriente llegó de Canarias a finales del siglo XVI.

La viticultura peruana, profundamente afectada por la filoxera, no levantó cabeza hasta finales del siglo pasado, en que se consolidan 11 000 ha de viñedo distribuidas de forma irregular por tres zonas, la costa, la sierra y la selva.

URUGUAY

La gran pluviosidad y elevada media de temperaturas hacen de Uruguay un país difícil para la viticultura. Resulta duro para el viticultor mantener alejadas las plagas, con tanta humedad. No obstante, el desarrollo tecnológico del viñedo de este país le ha permitido superar algunos de estos inconvenientes. Gracias a ello, y a la magnífica adaptación de la tannat, Uruguay produce unos vinos llenos de aroma que se destinan en su gran mayoría al consumo interno. Afortunadamente, alcanzan cada vez más el mercado internacional, donde siempre ganan algún premio.

Los primeros colonos llegaron a Uruguay en el año 1726. Eran poco más de 20 familias canarias enviadas, por Orden Real, a fundar la capital, Montevideo. Con ellas llegó la viticultura, el olivo y el nogal. Tras la emancipación del país, la viticultura logró extenderse al plano comercial, haciendo suya la cepa francesa tannat procedente de Argentina, a la que bautizaron Harriague. La segunda variedad nacional, la Vidiella es también un nombre nuevo para una negra de origen posiblemente francés (folle noire). Ambas constituyen la base de la vitivinicultura uruguaya. El freno de la filoxera no ha impedido que este país de corta historia pueda cultivar vides en casi toda su extensión, un cultivo de 14 000 ha que destaca en los departamentos del sur, Canelones, Montevideo y San José.

VENEZUELA

Misioneros jesuitas introdujeron también aquí un cultivo que se ha mantenido de forma no sistemática y sin demasiado éxito. El clima tropical es, de nuevo, el responsable. Los intentos de trasladar la explotación familiar al ámbito comercial no dieron su fruto hasta la segunda mitad del siglo pasado. Las variedades de vinificación son escasas ya que la producción venezolana es básicamente de mesa. Solamente la grillo, barbera, malvasía, mustasa y listán, junto con algunos híbridos como criollas negras e isabella, maduran en unas vides distribuidas por el norte del país en su mitad oeste, o en zonas andinas aisladas, de suelos pedregosos, que se distinguen por su cultivo pero tienen escasa proyección.

El subcontinente

La expansión de la viticultura en el Cono Sur americano va ineludiblemente unida a la colonización española y portuguesa, pero la inflexión dibujada en la viticultura mundial por el ataque de la filoxera cedió justo protagonismo a una planta ya existente en estado salvaje antes de la llegada europea.

Cuando la acción de los trópicos no lo ha impedido, se ha establecido una viticultura basada en la diversidad de climas y suelos, y en las variedades, verdaderas banderas de producción nacional. Será preciso ver dónde sitúan los próximos años a estas tierras de grandes contrastes y excelentes productos, cada vez más integradas en la nueva cultura del vino. No en vano, un dicho ya popular en la Córdoba argentina dice así: «a principios de los ‘noventa’ florecían pistas de paddle; hoy brotan vinotecas y wine bars por todas partes».