El sector agroalimentario y específicamente el sector vitivinícola está inmerso en la actualidad en un nuevo contexto político y normativo que está suponiendo nuevos retos y requerirá adaptar sus procesos y negocio a un nuevo modelo más eficiente basado en la economía circular, en la reducción de sus impactos y optimización de los recursos naturales. Todo ello en un mercado cada vez más competitivo, un escenario climático que amenaza la viabilidad de nuestros cultivos y unas políticas europeas anti-alcohol que ponen en riesgo la legitimidad futura de uno de los principales elementos de la “Dieta mediterránea”: el vino.

El llamado Pacto Verde, publicado en 2019 por la Comisión Europea, nos ha marcado una hoja de ruta muy clara: convertir Europa en el primer continente climáticamente neutro en 2050, y traza el camino para una transición justa y socialmente equitativa. Para ello, está incluyendo a través de distintos planes estratégicos específicos una serie de acciones destinadas a impulsar una Europa sin contaminación, un uso eficiente de los recursos mediante el paso a una economía limpia y circular, revertir la pérdida de biodiversidad y detener el cambio climático.

Una de las acciones de mayor impacto en el sector del vino es la “Estrategia de la granja a la mesa” (Farm to Fork Strategy), que establece objetivos ambiciosos para el 2030 como son reducir en un 50% los pesticidas y en un 20% los fertilizantes (https://food.ec.europa.eu/horizontal-topics/farm-fork-strategy_es). Asimismo, pretende fomentar modelos de producción integrada y ecológica, planteando incluso que Europa alcance en 2030 un 25 % de superficie de producción ecológica.

“Estrategia de la granja a la mesa” de la Comisión Europea

 

El sector vitivinícola, pues, tiene por delante un gran reto estratégico donde la investigación, el desarrollo y la innovación tecnológica se erigen como una pieza clave para hacer frente y anticiparse a este nuevo contexto y necesidades, y garantizar así su competitividad futura.

Las empresas son conscientes de ello y tienen claro el papel fundamental que la innovación puede jugar en su estrategia empresarial. De hecho, llevan años invirtiendo en nuevas tecnologías, innovando en viñedo, procesos y productos y desarrollando nuevas fórmulas para conocer mejor los mercados y acercarse al consumidor de forma más eficaz. Se trata de pura supervivencia y posicionamiento. No siempre el nivel de implementación de la I+D+i es equilibrada en todo el tejido empresarial, siendo pocas bodegas las que disponen de un departamento o personal específico dedicado a I+D+i, o destinan un porcentaje específico de inversión anual a innovación. Además, no siempre canalizan dichas actuaciones innovadoras a través de un proyecto colaborativo, recurren a grupos de investigación como apoyo científico-técnico o acuden a convocatorias de financiación nacionales o europeas. Los motivos pueden ser diversos y distintos en cada caso, pero uno de los que puede estar influyendo es la necesidad de contar con resultados a corto plazo para poder aplicarlos. Hay que tener en cuenta que se debe hacer frente a la burocracia y el tiempo que requiere la preparación documental para la solicitud, resolución y justificación de los proyectos. Asimismo, es difícil encontrar una convocatoria o instrumento adecuado, en forma y tiempo, al proyecto que se quiere abordar.

En este sentido, es cierto que existen buenas oportunidades de financiación a través de organismos como el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI), MICINN y MAPA o la Fundación Biodiversidad, entre otros, a nivel regional y europeo, muchas de las cuales se han visto además reforzadas con los fondos Next Generation. Si bien es necesario que los requisitos de las convocatorias y sus mecanismos de gestión sean más flexibles (sin perder nivel de exigencia) y más alineados a las necesidades y realidades de los sectores y las empresas, (especialmente las de menor tamaño, que representan el gran volumen de nuestro sector), para que los recursos puedan emplearse de forma óptima y eficaz, y repercuta en una verdadera mejora de la competitividad de los sectores claves de nuestro país, como es el vitivinícola.

No obstante, creo que es importante diferenciar entre la I+D+i que una bodega pueda desarrollar a nivel particular para abordar una problemática o necesidad específica y cuyos resultados quedarán en el ámbito privado como vía para su posicionamiento particular, y la I+D+i necesaria para dar respuesta a problemáticas sectoriales y cuyos resultados deben ser transferidos al conjunto de las bodegas como parte de un posicionamiento estratégico y coordinado. Para estos grandes retos sectoriales se necesita cooperación, estrategia y visión a largo plazo.

Es en este ámbito donde organizaciones como la FEV, la PTV, la OIVE y otras instituciones del ámbito asociativo y representativo público o privado, tenemos la responsabilidad de liderar, promover y coordinar al sector para el desarrollo de proyectos estratégicos que supongan un salto tecnológico o de conocimiento que contribuya a la rentabilidad y viabilidad futura de la industria. No nos cabe duda de que, para este cometido, la colaboración público-privada y la implicación y aportaciones de los centros de investigación, centros tecnológicos y universidades es imprescindible, así como la adecuada transferencia que se haga posteriormente de los resultados obtenidos. Este último aspecto es donde nuevamente las organizaciones sectoriales debemos jugar un papel clave.

¿Y cuáles son esos grandes retos estratégicos? Como hemos comentado anteriormente contamos con un documento, la Agenda Estratégica de Innovación del Sector del Vino de la PTV que recoge y define gran parte de ellos. Pero desde el ámbito empresarial y desde una perspectiva técnica, económica y política, destacaría algunas que considero son las principales preocupaciones y desafíos en las que las bodegas deberán centrar sus estrategias.

Por un lado, el impacto del cambio climático en el viñedo y, por ende, en la calidad de los vinos y la viabilidad y rentabilidad futura del sector. Un estudio reciente (https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0169809523000571) llevado a cabo por la Fundación para Investigación por el Clima indica de forma contundente que una parte importante de la superficie del viñedo español dejará de tener unas condiciones climáticas óptimas para el cultivo de la vid en los próximos 80 años. Ello requerirá establecer un plan estratégico a largo plazo que implique el desarrollo de nuevas herramientas de mitigación y adaptación tanto en viñedo como en bodega, con especial importancia en la selección y desarrollo del material vegetal más adaptado.

Resumen visual de la evaluación de los impactos del cambio climático en el sector vitivinícola español

 

En línea con lo anterior, y en el contexto de sequía actual, el reto del agua y su gestión, junto a los recursos naturales y conservación del suelo y biodiversidad, serán sin duda desafíos en los que la palanca de la innovación ayudará a avanzar.

Por su parte, las nuevas políticas europeas están estableciendo nuevas exigencias y requisitos a las bodegas en línea con la estrategia de Economía Circular, que se centran en la reducción de los residuos, la reutilización y el fomento de envases más sostenibles. Ello requerirá igualmente innovar a contrarreloj en materiales, nuevos formatos de packaging, y nuevos modelos de gestión logística.

Adaptarnos a las nuevas tendencias de los mercados es otra piedra angular de la competitividad presente y futura del sector y ello conlleva innovar en productos que permitan acercarnos al consumidor actual como pueden ser elaborar vinos de baja graduación o incluso sin alcohol, donde todavía hay recorrido a nivel de desarrollo técnico para ofrecer un producto de calidad y atractivo con gran potencial de crecimiento.

Por último, hay que destacar el desarrollo e implementación de nuevas tecnologías de digitalización como eje vertebral y apoyo común para lograr de forma más eficiente todos los retos e innovaciones anteriores.