Hace unas pocas décadas, cuando la ciencia empezó a mostrar un creciente interés por la sensorialidad, parecía una gran oportunidad para que los países de culturas tradicionalmente sensoriales, mucho más expertos en elaborar productos con perfiles atractivos para los sentidos, pudiesen competir con las economías centradas en la fabricación de objetos y máquinas eficientes, con escasa o ninguna propiedad sensorial.
Investigar en esa dirección puede todavía hoy significar una ventaja: si la industria de la automoción, por ejemplo, incorpora cada vez más sensorialidad, acabará implicando que los coches se fabricarán “como se elabora vino. En cambio, si esa ventaja no se consigue, es probable que acabemos elaborando vino como se fabrican coches”.* Es una cuestión de competitividad.

El elevado nivel de desarrollo tecnológico de nuestras sociedades ha propiciado que hoy los coches presenten no solo cualidades apreciables sensorialmente, sino que incorporen infinidad de sensores. Este gran avance según sabemos ahora, y con la excusa de mejorar sustancialmente el producto, hacerlo sensorialmente más empático y facilitar su conducción, ha sido usado para burlar la confianza de los consumidores y fabricar motores capaces de percibir si están siendo analizados o bien circulan con normalidad, a fin de proporcionar datos engañosos sobre su funcionamiento en el primero de los escenarios.

El escándalo Volkslwagen pone en evidencia que en cuestiones sensoriales (de sentidos y sensores) no caben subterfugios ni atajos para seducir los sentidos de los consumidores.
El proceso enológico sigue siendo un ejemplo de compromiso y sensibilidad que debería preservarse a toda costa, de la misma forma que debería fomentarse una mayor implicación en la investigación científica de base para buscar esa ventaja competitiva que la sensorialidad aporta al vino frente a la máquina.

Por esa misma razón resulta poco comprensible que haya surgido una corriente, minoritaria pero significativa, que defiende la elaboración de vinos con promesa de propiedades casi imposibles adquiridas por procedimientos casi mágicos y descritas con palabras casi místicas. Vinos que proporcionan una experiencia sensorial al parecer más asequible a creyentes que a clientes.

El caso de los coches sensoriales debería ser el toque de alerta que nos recuerde que el uso de la ciencia y la tecnología deben ser instrumentos al servicio de la excelencia y no para maquillar la mediocridad de quienes han abandonado el reto de la continua superación. Es imprescindible acciones preventivas y educativas que nos eviten encontrarnos en un futuro, próximo o lejano, con Volkswagen en el paladar.

 

* Fragmento del discurso fundacional de la Sociedad Española de Ciencias Sensoriales, impartido por quien firma este editorial, en 2004.